jueves, 24 de junio de 2010

Preguntando el camino

Quise escribir un prólogo para este poemario y salió otro poema y surgieron las preguntas que en ocasiones, mientras escribo y la noche se silencia poco a poco, surgen sin que yo sepa contestarlas.


Preguntando el camino (del prólogo)



¿De qué están hechas las noches?
¿De qué están hechas las almas?


¿Y por qué me lo preguntas,
cuando ya ha llegado el alba?

¿De qué están hechas las palabras,
y el cemento de los verbos,
que me brotan sin descanso
cuando suenan las campanas
de la torre más cercana,
anunciándome felices
que los luceros ya brillan
y la Luna sonriendo
desde el cielo me acompaña?

Y entre dudas y preguntas,
voy llenando de versos
esas horas tan tranquilas,
esas hojas de vigilias
sin que nada me contenga,
dejándome que camine
por las nubes y las cimas
de las esbeltas montañas,
de los mares y los ríos,
dejándome que hable
con gorriones y lechuzas
que me cuentan sus historias
y, más arriba del cielo,
me explican en largos vuelos
las fábulas más sombrías
esas imperiosas águilas,
recitándome los secretos
que las hojas de los árboles,
con su frondosa espesura,
de la parda tierra tapan.

¿De qué está hecha la vida,
que se extiende tantos días
y de ilusiones se nutre,
para quedar diluida
como sal en el agua,
si en el arcón de tu ensueño
ya no existe ninguna,
ninguna otra quimera
que abonen tus fantasías?


Manolo Madrid (del prólogo de "Preguntando el camino")

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miércoles, 23 de junio de 2010

Por la puerta


Sutil y encantado, pareciome el castillo, uno que me dejó pasar la noche hasta que el albor levantó poco a poco el telón de las estrellas. Pero, para ese instante lleno de magia, yo, ya había bebido la noche tibia sentado en aquella almena, mirando el platear del río.



Por la puerta



Por la puerta, puerta, se sube al castillo,
entre rampas de piedra y escalones de frío,
enrevesados pasajes con las portillas cerradas
y muros deslustrados construidos con granito;
por la puerta, puerta, se llega al postigo,
con fantasmas y sombras de suspiros llenas
que de noche se aparecen con un escalofrío,
buscando a sus amas, buscando a sus dueñas,
que se hubieron perdido entre las cien callejas
que plagadas de trampas y tanto artificio,
les llenan de celos, cuando no han venido.
Por la puerta, puerta, se regresa del río,
donde el calor del verano engaña las mozas
para que lleguen al agua sin ningún vestido,
para que suban descalzas a respirar la noche
en las almenas más altas, donde mira la Luna
al señor de la torre que galán ha venido,
celosa del conde, que enamora doncellas,
que acaricia sus cuerpos sin poder impedirlo;
por la puerta, puerta, la traición ha subido,
peldaños de sangre que las nubes taparon
para dejar bien ocultas, manos del asesino.


Manolo Madrid (del poemario "Rumores del Duero")

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martes, 8 de junio de 2010

Coplillas (Olas y Ríos)

COPLILLAS

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Versos y poemas

escritos en un café,

palabras que se desgranan

como semillas de otoño,

que en invierno floreciesen,

dibujándote tantas veces

en servilletas de papel.

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Laberintos de la vida, palomas,

que felices discurren con la brisa,

colores de olivo y encina,

lágrimas para regar amapolas.

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¡Ya me huelen las parras!,

la hiedra de las almas

entre candados de hojas

al despertar el alba.

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Huelen a tarde las flores

en los tilos de la plaza,

suenan a otoño las hojas

al agitarse las ramas.

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“Tú”,

palabra que se rompe,

cristal que navega

en el aire del horizonte,

algo tan frágil,

que tu egoísmo esconde.

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Rosas blancas,

espinas rojas,

para quien las recoja.

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¿Quién rompió la guerra

que tiñe de malva

todas las tardes?

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¿Quién rompió la paz

que todos los ríos

llena de sangre?

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Hilvanaba la cretona,

pespuntes de canesú,

punto seguido, punto de cruz,

que ya se le caen los ojos

desde alares de blanco pelo,

cuando bordaba aquel pañuelo

que te llevaste tú.

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Molinillos que lleva el viento,

pelusillas de los celos

de tus pensamientos.

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Perlas de beso,

se llenaban sus manos

de silencio,

miradas de espuma

taladrando mis sentimientos.

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Vestía su velo blanco,

promesas de amor eterno

que no llegaron a tanto.

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Enredaba sus pies descalzos

en prados de flores blancas,

enredaba sus pensamientos

en nubes que no volaban.

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Corría por los rincones

y trepaba por las butacas,

enséñame tus bigotes,

emperatriz de mi casa.

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Eran tuyas las palabras

de aquel poeta errante,

que te dolieron tanto,

cuando te lo pensaste.

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Manolo Madrid
Olas y ríos (del poemario Soplador de vientos)

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miércoles, 2 de junio de 2010

Alargadas sombras


Un poema que me surgió de aquella historia en la que una ardilla podría ir del Cantábrico a Cadiz saltando de árbol en árbol sin pisar el suelo. El poema me trajo después el cuento de mi pequeño libro "Leyenda de las sombras alargadas en los campos castellanos". Naturalmente, una leyenda fruto de mi imaginación donde queda inserto el poema y que alguna amiga lectora le han arrancado dos ó tres lagrimillas.


Alargadas sombras



Dicen que es larga la sombra en los campos castellanos,
cuentan que brota de las tapias de los viejos camposantos,
cual raíces de cipreses que a las sepulturas custodiaban.
¿Porqué se repite la historia, según van cruzando los años?,
desde los caballeros de armadura que al ocaso cabalgaban
dejando detrás de sus yelmos, extrañas siluetas quebradas,
que una tarde que asomó nublada, centauros se parecieran,
hasta los dragones de ruedas, con dentaduras de acero
que confundieron a las urracas de aquel agosto postrero
cuando en la mañana, asustadas, levantaron el vuelo
mientras hurtaban el grano, sin hacer caso a los fantoches
en la tierra encadenados, vigilantes de paja henchidos
que el labrador disfrazó con harapos y deslucidos tocados,
en caminos, en sembrados y en los huertos más lejanos.
Me contaron que al oscurecer, sentado en aquel altozano,
un espectro de negros ojos, cara blanca y cabello alborotado,
contempla el sendero de trillos por donde vuelve el ganado,
los perros corriendo atentos entre el polvo de los dos lados,
el pastor silbando sus labios, mientras agitaba en el viento
la mano que arroja los cantos, la izquierda sobre los ojos,
evitando que le deslumbre el Sol que le ilumina tan gacho,
mirando con desconfianza, la silueta que se encarama
al contraluz de aquel collado, que custodio parece del valle
desde tiempos tan ancianos, donde el arbolado colmaba
las colinas y los cerros y más abajo los verdes prados,
montes de vista perdida que el horizonte hubieron curvado,
hasta emboscar las trochas y ocultar los arroyuelos
que iban desde el oriente regando los tiernos pastos.
Relatan, lenguas de estropajo, que una noche medrosa,
escucharon largos gemidos que llegaban desde lo alto,
alaridos y sollozos rebotando, bajo un cielo encapotado,
haciendo temblar la iglesia que elevaron los templarios;
y luego de un jarro de vino, explicaban los convidados,
que el fantasma del alcor, lloraba con tantas quejas,
con tan desmedidas voces y golpes en las piedras,
que asomaban entre los truenos de la tormenta ciega,
moviendo con sus lamentos los badajos oxidados,
haciéndolos girar cien vueltas al resplandor de los rayos,
golpeando con tanta furia los bronces de las sonajas
que salían con chispas los tañidos de las campanas,
hermanas que fueron testigos desde sus campanarios,
de la historia de las sombras en los campos castellanos.
Musitan aquellos amigos, después de otros tantos jarros,
sus codos sobre la mesa, las manos bajo las barbas
sujetando sus cabezas, que a lo largo de la charla
ya van siendo sometidas por tanto vino abundante
que trasiega en sus gargantas desde la cuba vieja,
que el fantasma que pernocta en los serrijones al claro,
era el de un gran señor que hubo perdido el hijo
que fue de una dama noble cuando iba sin cortejo,
bajo las ramas frondosas de unos árboles arcanos,
olvidando luego la senda donde vinieron sus pasos,
dejando al recién parido escondido entre las raíces
de algún erguido nogal, a la linde de una chopera;

y, para encontrar al retoño, hubo comprado el bosque

talando hasta el infinito la impenetrable arboleda.

Manolo Madrid (del poemario "Soplador de vientos")

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martes, 1 de junio de 2010

La bruja


Hay veces en que lo onírico, la leyenda y la poesía se conjugan y salen pequeños relatos en verso que dicen más de lo que aparentan.

LA BRUJA


Llegaban rumores suaves, el frufrú de la rafia,
el frotar del esparto en el suelo agrietado
de tablas que crujen con el mínimo paso,
llegaban suspiros y toses, de mujer anciana,
desde el desván de la casa, aromas de espliego
y susurros de musgo impregnando la escoba
donde la bruja agorera de noche volaba.
Luego, un silencio profundo bajó la escalera
para llegar a la sala y rodear la redoma
que hervía en el fuego que la lechuza cuidaba,
burbujas sonoras que al nacer desde el fondo
en el caldo inquietante su hedor explotaban,
sombras y luces bañando anaqueles de brillos
de vidrios antiguos que los conjuros velaban.
¡Belcebú, Leviatán!, brotaron los nombres
de las fuerzas oscuras, que los labios resecos
escupieron al pote que de azufres bullía
con entrañas de engendros, que al caer el día,
añagazas furtivas su existencia cobraban
al salir de sus cuevas a buscar alimento,
y morir en el bosque de encantos tan lleno.
Y al embrujo apagado de oraciones y rezos
sujetados de manos para caer en el cuenco,
surgieron vapores que entre agudos chirridos
dibujaron demonios que tomaron cuerpo
y bailaron sus danzas en aquel aire espeso,
escuchando los cantos que decía la arpía,
pidiéndoles sangre que le diese más vida.
Promesas, perjurios y ofrendas revendidas
que la boca sin dientes, de la añeja danzarina,
regalaba sonriente a los duendes y espectros
que de tantas blasfemias del fuego aparecían
y traerlos a sus faldas, que con uñas retorcidas,
aventaba con lascivia descubriendo las enaguas
y carne de sus vergüenzas al beber de la vasija.
Más tarde, con la Luna escondiendo la cara
entre espinas y ramas de la blanca encina,
la sibila se enreda en bodas de incubos
y orgías de sangre que del averno nacían,
aullando maldiciones para quien no quería,
danzando desnuda y estallando de rabia
cuando el canto del mirlo anunció el nuevo día.
¡Ha llegado el alba y nació la mañana!,
resbalaron trinos entre las breñas mojadas,
se esponjaron los musgos verdín de las jaras
y los rayos de albor saltaron por la ventana
tintando las sombras oscuras de pintura clara
hundiendo al demonio bajo las brasas
y rindiendo a la hechicera sobre su cama.
Después la llorona escondió bajo el ala
el corazón de su cara y con mágico ruido
la escoba de noche movió los palmitos
para barrer de la estancia escamas perdidas
y olores de infierno que apestaban la casa,
vapores podridos que salieron huyendo
por la puerta caída como si fuesen cuervos.



Manolo Madrid


Del poemario “Semillas de aire”



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Un amigo desconocido

Con sorpresa, encontré estos días una crítica sobre una de mis obras: un libro de cuentos "Los invitados". Y por agradable y preciosista, no veo más forma de dar las gracias a ese amigo, a quien no recuerdo conocer en persona, que dejarlo aquí con la dirección de su blog por si alguien desea leer su opinión sobre los cinco cuentos que contiene el libro.
http://profesorbarahona.blogspot.com/2008/11/los-invitados.html

Y pocos me quedan ya, aunque una noche de estas en la que el misterio de la poesía se me resiste, pondré al día mi página http://www.manolomadrid.com/ para que consten mis nuevos libros, varios poemarios (entre ellos "Háganse los mares"), un libro didáctico de ayuda a esos colegas que empiezan su andadura y el cual espero se publique pronto: "La autoedición - consejos para un escritor novel". No obstante, tampoco deseaba introducir estas noticias aquí, un lugar en el que sólo intento mantener algunos de mis poemas, los más apreciados para mí. Así, este epígrafe lo dejaré hasta que pueda hacer esos añadidos a mi web.
Gracias, Barahona.

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