martes, 1 de junio de 2010

La bruja


Hay veces en que lo onírico, la leyenda y la poesía se conjugan y salen pequeños relatos en verso que dicen más de lo que aparentan.

LA BRUJA


Llegaban rumores suaves, el frufrú de la rafia,
el frotar del esparto en el suelo agrietado
de tablas que crujen con el mínimo paso,
llegaban suspiros y toses, de mujer anciana,
desde el desván de la casa, aromas de espliego
y susurros de musgo impregnando la escoba
donde la bruja agorera de noche volaba.
Luego, un silencio profundo bajó la escalera
para llegar a la sala y rodear la redoma
que hervía en el fuego que la lechuza cuidaba,
burbujas sonoras que al nacer desde el fondo
en el caldo inquietante su hedor explotaban,
sombras y luces bañando anaqueles de brillos
de vidrios antiguos que los conjuros velaban.
¡Belcebú, Leviatán!, brotaron los nombres
de las fuerzas oscuras, que los labios resecos
escupieron al pote que de azufres bullía
con entrañas de engendros, que al caer el día,
añagazas furtivas su existencia cobraban
al salir de sus cuevas a buscar alimento,
y morir en el bosque de encantos tan lleno.
Y al embrujo apagado de oraciones y rezos
sujetados de manos para caer en el cuenco,
surgieron vapores que entre agudos chirridos
dibujaron demonios que tomaron cuerpo
y bailaron sus danzas en aquel aire espeso,
escuchando los cantos que decía la arpía,
pidiéndoles sangre que le diese más vida.
Promesas, perjurios y ofrendas revendidas
que la boca sin dientes, de la añeja danzarina,
regalaba sonriente a los duendes y espectros
que de tantas blasfemias del fuego aparecían
y traerlos a sus faldas, que con uñas retorcidas,
aventaba con lascivia descubriendo las enaguas
y carne de sus vergüenzas al beber de la vasija.
Más tarde, con la Luna escondiendo la cara
entre espinas y ramas de la blanca encina,
la sibila se enreda en bodas de incubos
y orgías de sangre que del averno nacían,
aullando maldiciones para quien no quería,
danzando desnuda y estallando de rabia
cuando el canto del mirlo anunció el nuevo día.
¡Ha llegado el alba y nació la mañana!,
resbalaron trinos entre las breñas mojadas,
se esponjaron los musgos verdín de las jaras
y los rayos de albor saltaron por la ventana
tintando las sombras oscuras de pintura clara
hundiendo al demonio bajo las brasas
y rindiendo a la hechicera sobre su cama.
Después la llorona escondió bajo el ala
el corazón de su cara y con mágico ruido
la escoba de noche movió los palmitos
para barrer de la estancia escamas perdidas
y olores de infierno que apestaban la casa,
vapores podridos que salieron huyendo
por la puerta caída como si fuesen cuervos.



Manolo Madrid


Del poemario “Semillas de aire”



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