miércoles, 29 de junio de 2011

Madrugadas rotas














Días hace que no me he ocupado del blog, aunque ha sido por una buena causa, esta época del año es proclive a actuaciones, recitales, presentaciones y otros temas de esa índole, con lo que no he dispuesto de un solo minuto para ello. Así, el último evento, ha sido el recitado de mis poemas, que se han editado en el número 2 de la revista Atticus. Una presentación en Valladolid en el Patio Herreriano, un sitio precioso y adecuado para la poesía y otros actos de cultura, una sala densa de público y unos apláusos que te renuevan el deseo de crear. Uno de los poemas recitados fue: "Pensamientos de lluvia", una entrada anterior de este blog que recomiendo leer si no se hizo ya.





Este poema de hoy, habla del sutil estado de ánimo del poeta en esas noches donde la Musa Erato te visita con su sonrisa y su varita mágica.












Madrugadas rotas



¿Qué aura vagaba en tus noches,
dejando prendidas las esquinas del alma

con húmedas páginas, regadas con sangre de tinta,
labradas y tejidas de tantos reproches?

Que en la oscuridad,

herida por tus ojos buscando la calma,

saltasen brisas de tantos recuerdos, que tus manos

alejaban de tu sustancia con grandes aspavientos,
a largas manotadas, queriendo apagar las penas,

ansiando romper congojas y desconsuelos

que arden de madrugada.
Y los labios... los labios secos,

los labios que recitan oraciones de argonautas

sin saber donde se ocultan los olimpos de los dioses,
sin recordar cuales son los nombres de las hadas

que convierten en carrozas, cortezas vacías,
para correr desesperadas

tras una Luna que vuela en pálidas y hueras pampas
de hierbas sedientas y agitadas,
de amores de la infancia que tanto perseguías
hasta que llegaba, ligera, la nueva amanecida.
Y más, y más y más que van derritiendo las culpas

como dedos temblorosos que ansiaran la piel
de diosas de las palabras, de mujeres y ninfas hermosas,
reflejos que se pierden y te van dejando solo...

sin dolores que te mencionen.

Y en el silenciar de la estrella,

la que navega en tu cielo, aquella,

sin ningún descontento, miras la brasa de su pañuelo,

que se agita en colores de iris en el cielo
para limpiar las gotas... que de tus pestañas rotas
en algún oasis hubieren caído al suelo.







Manolo Madrid
Del poemario “Semillas de aire”



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