A un niño triste
Todos hemos recordado al niño que fuimos, uno que se quedó en el camino de la vida, entre sus risas y sus miedos, entre tristezas y alegrías, a veces más queridos y otras más olvidados, como un trasto habitual depositado en una esquina de un desván. Luego, cuando quisimos recordar, el niño hubo desaparecido, igual que desaparecen las flores de un prado quemado por el invierno más crudo. A un niño triste
Al niño que se me murió dentro
olvidado entre geranios blancos
y descolgadas petunias de color,
amanecidos sus ojos incautos
detrás de tristes vidrios de mirador,
donde ocultar las risas que nacían
gozosas y alegres cada mañana,
dejando confinadas e incautas,
dichosas y curiosas las miradas
envidiosas de aquella libertad,
en ajenas palomas, sin grilletes
que las sujeten, volando livianas,
sobre gentes y calles de otras vidas
que nunca conseguiría alcanzar.
Al niño que, de casual madrugada,
escondidas entre sábanas claras
quedaron censuras de inocencia,
novedosas huellas abandonadas
para avergonzar otros pudores,
legitimar nuevos sueños de noche
y aprender placeres en paraísos
de mayores, con que calmar temores
y motivar las horas de amarguras,
entre aventuras para compartir
y temores pueriles para enterrar
mientras la vida del niño se va
y un odioso compás de agujas
te llama cada día a madrugar.
Manolo Madrid
Del poemario “Háganse los mares”
Etiquetas: censuras, geranios blancos, inocencia, madrugada, Manolo Madrid, Niño, niño triste, ojos incautos, paraísos, petunias


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