domingo, 3 de abril de 2011

A un niño triste

Todos hemos recordado al niño que fuimos, uno que se quedó en el camino de la vida, entre sus risas y sus miedos, entre tristezas y alegrías, a veces más queridos y otras más olvidados, como un trasto habitual depositado en una esquina de un desván. Luego, cuando quisimos recordar, el niño hubo desaparecido, igual que desaparecen las flores de un prado quemado por el invierno más crudo.


A un niño triste



Al niño que se me murió dentro


olvidado entre geranios blancos


y descolgadas petunias de color,


amanecidos sus ojos incautos


detrás de tristes vidrios de mirador,


donde ocultar las risas que nacían


gozosas y alegres cada mañana,


dejando confinadas e incautas,


dichosas y curiosas las miradas


envidiosas de aquella libertad,


en ajenas palomas, sin grilletes


que las sujeten, volando livianas,


sobre gentes y calles de otras vidas


que nunca conseguiría alcanzar.



Al niño que, de casual madrugada,


escondidas entre sábanas claras


quedaron censuras de inocencia,


novedosas huellas abandonadas


para avergonzar otros pudores,


legitimar nuevos sueños de noche


y aprender placeres en paraísos


de mayores, con que calmar temores


y motivar las horas de amarguras,


entre aventuras para compartir


y temores pueriles para enterrar


mientras la vida del niño se va


y un odioso compás de agujas


te llama cada día a madrugar.



Manolo Madrid


Del poemario “Háganse los mares”

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