En memoria de un jilguero
Es sólo un pequeño puñado de plumas
desde donde nace el canto que le da aliento
y te acompaña, es sólo un jilguero
o puede que un gato o un perro,
quizá un ratoncillo travieso;
pero es el compañero que te ayuda
en el camino de la vida,
en la soledad de tu universo.
Y cuando un día se va,
o se lo lleva el viento, te duele
y dejas salir una lágrima en silencio,
por un puñado de plumas
que cantando te esperaba
en el rubor de la tarde
y el rosicler de la mañana.
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Déjalo que aúlle y sople,
deja que alborote el viento
mientras reposo mi cuerpo
y miro agitar las hojas
en higueras de mi injerto;
y pasarán, sin hacer
parada, esponjadas nubes
blancas, que se me llevaron
de alborada ideas locas
de irme a mirar universos
y escudriñar los paisajes
que pretendí saber nuevos,
en busca de mi mascota,
en busca de mi jilguero.
Deja
que siga silbando,
que mis ojos no me duelen
por mirar, tras los
cristales,
correr los pétalos sacados
de las rosas que agonizan
porque anda cerca el invierno
y las hojuelas de las
petunias
que van perdiendo el aroma
mientras tropiezan calladas
con hermanas amarillas
que dormían en el suelo
desde que sopló aquel cierzo,
la tarde de la tormenta,
que se llevó egoísta
de la ventana a mi amigo
y me dejó sin jilguero,
en triste silencio, triste
y aquella su jaula, rota,
desperdigada en el huerto.
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