ATOCHA: Monumento al 11M
Te busqué.
Deslicé mis ojos en la bóveda sin hallar
y sin hallar nada incidí,
curvada memoria,
arqueada historia y retorcida inquietud
y sólo vi destellos
que la esfera mostraba. Los silencios
de voces y los gritos, los gemidos
de las vidas perdidas,
las heridas,
rabia en extravagante amanecida;
entonces desde mis ojos acaricié la cúpula,
dibujé la semiesfera con los brillos,
lemas y promesas,
con versos y poemas;
y los recuerdos de las savias,
de la sangre de tantos…
y las flores…
y las velas en foscos pavimentos,
en Madrid,
en Atocha,
punto de partida y paraje de llegada.
Un desengaño, una negra trocha perdida,
un futuro elegido sin cosechas
que se rompió empujado por tanta ira
y se rompió empujado por tanta saña,
por la violencia, el frenesí de la rabia,
quemado por esa mano agazapada que destroza,
esa mano que mata y que asesina,
esa mano,
que arranca hijos y rompe familias
y rasga los ojos del pueblo
que ha borrado la risa que nos habla
y de sus iris ha secado ilusiones,
cambiándolas por lágrimas;
luego volví la cara y esa cripta,
una tapada,
bajo el tráfico de la vida que sigue,
desenterró sollozos que aparecieron
desde la nada,
ocultos en el alma… en mi alma.
Y algo pintó obstinado un manantial en aire,
sin dejarme leer nombres,
sin dejarme ver cifras de sumisos,
tantas víctimas sacrificadas
para que ningún dios
¡de nadie! rece.
Y miré el azul intenso de las paredes,
miré el eco vacío,
luz que distorsionaba el falso techo,
frases de familias,
¡que lloraron!,
gemidos de gente
que ¡jamás! tuvo culpa alguna,
ofertas de otro mundo preferible,
pensamientos insumisos…
y lloré,
lloré…
sin que nadie en la mañana brusca,
instante de eventual calle,
conociese las temblorosas espinas incrustadas.
Y mis versos
y mis quejas en palabras
y en mi garganta
y en mis manos asustadas,
temblaron,
dejando volar mis dedos sobre nombres,
¡vanas esperanzas!
vano intento por ver
si pudiera devolverles el alma,
devolverles la vida,
a quienes fueron anónimas risas,
que, en nueva primavera, se rompieron,
en Atocha,
aquel once de un marzo,
que no fue un día cualquiera,
pero, en sus pupilas, un espejo roto para siempre,
disipadas crónicas,
el derroche de tantos que con ojos apretados
llorarán cada día que no olvidan
y no quieren que fuere así su vida.
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