viernes, 20 de junio de 2025

 

ATOCHA: Monumento al 11M

 

Te busqué.

Deslicé mis ojos en la bóveda sin hallar

y sin hallar nada incidí,

curvada memoria,

arqueada historia y retorcida inquietud

y sólo vi destellos

que la esfera mostraba. Los silencios

de voces y los gritos, los gemidos

de las vidas perdidas,

las heridas,

rabia en extravagante amanecida;

entonces desde mis ojos acaricié la cúpula,

dibujé la semiesfera con los brillos,

lemas y promesas,

con versos y poemas;

y los recuerdos de las savias,

de la sangre de tantos…

y las flores…

y las velas en foscos pavimentos,

en Madrid,

en Atocha,

punto de partida y paraje de llegada.

Un desengaño, una negra trocha perdida,

un futuro elegido sin cosechas

que se rompió empujado por tanta ira

y se rompió empujado por tanta saña,

por la violencia, el frenesí de la rabia,

quemado por esa mano agazapada que destroza,

esa mano que mata y que asesina,

esa mano,

que arranca hijos y rompe familias

y rasga los ojos del pueblo

que ha borrado la risa que nos habla

y de sus iris ha secado ilusiones,

cambiándolas por lágrimas;

luego volví la cara y esa cripta,

una tapada,

bajo el tráfico de la vida que sigue,

desenterró sollozos que aparecieron

desde la nada,

ocultos en el alma… en mi alma.

Y algo pintó obstinado un manantial en aire,

sin dejarme leer nombres,

sin dejarme ver cifras de sumisos,

tantas víctimas sacrificadas

para que ningún dios

¡de nadie! rece.

Y miré el azul intenso de las paredes,

miré el eco vacío,

luz que distorsionaba el falso techo,

frases de familias,

¡que lloraron!,

gemidos de gente

que ¡jamás! tuvo culpa alguna,

ofertas de otro mundo preferible,

pensamientos insumisos…

y lloré,

lloré…

sin que nadie en la mañana brusca,

instante de eventual calle,

conociese las temblorosas espinas incrustadas.

Y mis versos

y mis quejas en palabras

y en mi garganta

y en mis manos asustadas,

temblaron,

dejando volar mis dedos sobre nombres,

¡vanas esperanzas!

vano intento por ver

si pudiera devolverles el alma,

devolverles la vida,

a quienes fueron anónimas risas,

que, en nueva primavera, se rompieron,

en Atocha,

aquel once de un marzo,

que no fue un día cualquiera,

pero, en sus pupilas, un espejo roto para siempre,

disipadas crónicas,

el derroche de tantos que con ojos apretados

llorarán cada día que no olvidan

y no quieren que fuere así su vida.

 

Manolo Madrid

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