martes, 17 de junio de 2025

 

Arenas pardas

Los rencores que anidan y se amontonan en la memoria sin que se puedan borrar, semejan un

 un día como pardas arenas de un desierto sin fin, un infinito que no está vacío porque 

las las culpas que te arañaron quedaron amontonadas sin viento que las llevase a otro confín.

 

 Y del perdón y el olvido,

absolución;

y te dejarás dormido en el camino,

entre breñas y parloteo de los grillos,

mientras piensas,

mientras te escondes y palpitas en el hielo que traen los días,

una herencia escasa que termina

al emerger el alba que serena las ideas,

abate la cólera fría,

vence la ira, la saña,

la bilis y el frenesí que te acometía,

que impidió aquel sopor en que dormías

hasta el albor,

rutilante de reflejos,

que hizo que te aprehenda entre chillidos

que no deseaban tu alma en paz,

una esencia que escapa de noche,

hasta el parto de alborada

que tú miraste con ojos de ver nada

y pupilas que cerrabas ignorante de vetustas astillas,

justas y viejas rencillas

y olvidaste los cometas por el aire,

tantos días de alas que se fueron,

tantos incendios dibujando tus recuerdos.

 

Y en la aurora parece que navegan golondrinas,

copetudas oscuras que se alejan

con cada nuevo lucero que titila un poco más

y engaña el largo vuelo de la noche,

que muere sin olvido, sin aleteos de paz que regala el día

y cubren tus pupilas de nostalgia,

al brillo de un nuevo sol para olvidar

y una muerte de vieja Luna al despertar.

Del perdón y el olvido,

florecidas plantas en tierras yermas

y desiertos de cegadora luz,

abrasadoras arenas que no quedan quietas,

pálidos granos que susurran cuando el viento

mueve las pardas viajeras de duna en duna,

agita el cristal de roca derretida,

cuarteada y molida

en fina trama, más que hormigas,

fina esencia como el dolor,

sutil como memoria que aparece

y nace en tiempo indiferente,

lapso indisoluble cuando llueve,

aura que se enmohece bajo almohada

de arduos sentimientos que prosperan

como si fuesen trepadoras margaritas blancas

y ortigas negras

o cardos rojos de paisaje infortunado.

 

Del olvido y del perdón,

frutos secos nacidos cual semillas entre trigos

o mijos que espigaron verdes

por pintar de amarillo pajizo campos yermos

o yerbas que aderezasen jergones

echados entre trigales,

por estrellar luceros en ojos,

hasta olvidar agravios y sentencias de dolores

que lavar con gotas de rocío

y más, lluvias torrenciales, las ofensas

y que perdonen las miserias escondidas

que llegaron, ocupas del alma serena,

luceros y soles ardiendo

volando y paciendo en firmamento de la memoria,

lucero al que nacieron manos blancas

y boca para gritar tantas palabras

que abrigar no querías en tu casa.

 


Manolo Madrid

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