Me encontré con un alma
Me impactó el olvido de aquel
que fue un desconocido
en algún terrible accidente,
donde quedaron cuerpos
de quienes no fueron reclamados
por deudos ni familiares,
tampoco por algún amigo;
luego fueron dados a la tierra
en algún camposanto perdido,
en algún pueblo triste,
uno que le nació como un grano
a una carretera en algún arcén.
Y el alma del penado
quizá vague entre los hierros calcinados
o los campos dormidos
o los trigos abandonados.
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Me encontré con el alma de un viajero,
entre olas de raíles y montones
de acero; rodaduras alargadas
y horizontes de fuego. Un envoltorio
escondido entre maulas de señoras
y abultados petates de atildados
caballeros. Brillantes las pupilas
me observó con recelo, sin moverse
de la sombra, temblando como un viejo.
¿Quién eres?, pregunté sin conocerle,
¿de dónde vienes?, dije sin creerme
las señas penetrantes de su imagen,
el aura palpitante de su albedo.
Soy vagabundo, nómada, velero
que transita caminos de crucero,
soy pecador del mundo que no quiero,
soy uno que quedó sin ir al cielo
y tampoco iré al infierno; rechacé
el limbo al no creerlo verdadero,
ni de Dios, ni lugar para acomodo
de mi abatido cuerpo, que olvidé
días atrás cerrado en el barniz
de aquel cofre, en el medio del estruendo;
alargada avenida de cualquier
cementerio, una lápida sin nombre
para acoger visitas las solanas
de las tardes del invierno, de mañanas
de domingo y noviembres de los muertos.
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