sábado, 21 de junio de 2025

 

¡Ay, Ay!

 

 

Se cambia, y se olvidan las alas de ángel,

del niño que fuiste,

de inocencia de plumier de escuela.

Después te grita cada noche la conciencia

y olvidas que debes mirar

el celeste firmamento cuando llueve,

en la oscuridad,

en el silencio de tus voces

mientras la lluvia limpia tus pupilas

para que surja de tus labios la sonrisa

y respires hondo el aroma

que baña los parques

y los jardines de cada día.

 

 

¡Ay!, que se te lleva el aire

las alas de niño bueno,

las risas que te adornaban,

ojos de mirar sereno

que tu carita guardaba;

¡ay!, qué blanca es tu memoria

tan lejos de ver los tiempos,

qué dulces los frutos rojos

que brotan del pensamiento,

que siente las flores lilas

de olor que trasplanta el viento;

¡ay!, cuántos puños de granos

han de juntarse en el suelo

para llenar un desierto

y las huellas que se borran

porque lo sepamos cierto;

¡ay!, las gotas de los mares

alborotadas a veces

cuando sopla fuerte el cierzo

y suelta las tempestades

para ocultar a los peces

de barcas que llevan redes.

 

Pero en las tardes de lluvia…

sube los ojos al cielo,

porque lavarán tus penas

de agua sedosas gotas,

lágrimas peregrinas

y secarán tus pestañas

soplidos de suaves plumas,

batir de golondrinas

que llegarán de madrugada;

olvida tus labios prietos

avaros de tu sonrisa,

grilletes de pensamientos

que tus historias cubrieron

con espinas de zarzales

y pieles de mil ortigas;

deja que muera la tarde

sobre los bancos del parque,

pelo alborotado al viento,

manos sinceras al sol

que se filtra entre las hojas

y al olor de los rosales

que permanecen despiertos.

 

Manolo Madrid

 

 

 

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