Plegaria del guerrero
Efluvios
de mística tristeza,
dejad
que el brujo inicie su canto
y
vierta la danza del ritual
que
aleja el bálsamo del olvido.
¡Que
dé nacimiento el Aquelarre!,
y no
cicatricen las heridas,
ya
que será mi empeño sentir
gestar
ardiente la furia y rabia
a
que la intrínseca noche mengüe
la
tersa luz que, de tempestad,
inunda
de tanta vida el valle.
Que indefectiblemente, de muerte,
resuenen
íntimos los timbales
y
que me deshagan los oídos,
que
aún es más infame el silencio
que
aquella censura lastimera
o la
deserción omnipresente;
que
prefiero escuchar el fragor
de
ciclópeas olas sin final
del
fugitivo mar alevoso
con
espeso bramido impaciente
y
plúmbeo movimiento vital.
Concededme la Vida o la Parca,
dejad
mejor que sufra sin tregua,
porque
la escueta idea me espanta
de
recitar ido y sin descanso;
o
cierto escudriñar impaciente
o
escuchar el ínfimo latido
de
tantas azucenas silvestres
y languidecer
entre los valles
y
así desconocer cada noche
y
poder dormir en cada día
ese
perdurar del inconsciente.
Brillo,
aleteo, albino fulgor,
blanco
ritmo en pájaro sutil,
sube
más octavas, para allí,
en
tu cenit, posar la mirada
allende
tuerce la mar fulgente
y
luego, con un turgente vuelo,
en
verdinegro valle posarte,
donde
el granito abatido y mudo
protege
estoico francos parajes,
haciendas
de pétrea multitud,
desprecio
de Neptúnica cólera.
¡Oh! ¡Limbo, sepárate de mí!,
y
elegiré para siempre un Cielo
o
aquel Infierno calcinador.
¡Dejad
que esos eternales dioses
nos
acojan con Marte y con Zeus!,
y
que, de su batalla, el fragor,
hienda
feroz mi noble sentido
y
aterrorice mi frágil mente
y
las hogueras crezcan y quemen
y
que me aplasten y me desgarren
de
áspero epílogo de agonía.
Que prefiero ver manar mi sangre
y,
como otro río, desborde
recubierta
de heroísmo y barro,
sintiendo
el tañido de la Verde,
pero
sabiendo todo el Tiempo
sin
que mi mortal memoria olvide
apresurada
en oscuras grietas,
perseguida
por fríos puñales
que
la mutilen y la desgarren,
haz
que me escriban sobre la carne
esos
ensueños intemporales.
Manolo
Madrid