Dadme las piedras
(Loa a Zamora)
A mí dadme aquellas piedras, esas piedras tan ancianas,
aquellas de sillería, ciertas que fueron labradas
para servir de linderos a las recoletas plazas
de la noche zamorana, de Fray Diego de Deza,
la plaza de Arias Gonzalo y tantas más estrechas rúas
de suelos adoquinados, donde tocas las fachadas
con sólo alargar tus manos y donde, en otro pasado,
anduviere un arcipreste que su nombre dio prestado.
A mí dejadme aquí atado, donde los tilos frondosos,
bajo los cielos de otoño de mil flores rodeado,
dejadme sólo un espacio sobre uno de aquellos bancos,
para mirar sin descanso de San Ildefonso muros
que por sujetar la iglesia rematan airosos arcos
y aquella redonda puerta por donde entraban los carros,
oyendo latir los bronces que a la media tarde gritan
levantando a las palomas que anidaban en lo alto.
A mí ponedme de noche sobre la plaza sentado,
que, en el invierno de nieblas con el frío castellano,
sabré confundir mis huesos mirando temblar las gotas
que en las paredes calizas los regueros van formando,
y en el ardiente verano, sentir frescor en la sombra
que las torres han guardado por traer a la placita
a tantos enamorados, ¡de las noches perfumadas!,
y sentarles en la umbría con el alba refrescando.
A mí llevadme callado con esos cien de la plaza
y pasitos orillados, llevadme a la Catedral
por el Corral de Campanas, pero no dejadme dentro,
acercadme a las murallas que, sentado en las almenas,
velaré sin más el Duero que se tuerce entre cigüeñas
regresando con premura para ocupar sus nidales,
donde duermen las campanas que doblarán sin descanso
mientras apacibles calles a mi vida dieron paso.