martes, 16 de septiembre de 2025

 

Plegaria del guerrero

 

Efluvios de mística tristeza,

dejad que el brujo inicie su canto

y vierta la danza del ritual

que aleja el bálsamo del olvido.

¡Que dé nacimiento el Aquelarre!,

y no cicatricen las heridas,

ya que será mi empeño sentir

gestar ardiente la furia y rabia

a que la intrínseca noche mengüe

la tersa luz que, de tempestad,

inunda de tanta vida el valle.

Que indefectiblemente, de muerte,

resuenen íntimos los timbales

y que me deshagan los oídos,

que aún es más infame el silencio

que aquella censura lastimera

o la deserción omnipresente;

que prefiero escuchar el fragor

de ciclópeas olas sin final

del fugitivo mar alevoso

con espeso bramido impaciente

y plúmbeo movimiento vital.

Concededme la Vida o la Parca,

dejad mejor que sufra sin tregua,

porque la escueta idea me espanta

de recitar ido y sin descanso;

o cierto escudriñar impaciente

o escuchar el ínfimo latido

de tantas azucenas silvestres

y languidecer entre los valles

y así desconocer cada noche

y poder dormir en cada día

ese perdurar del inconsciente.

Brillo, aleteo, albino fulgor,

blanco ritmo en pájaro sutil,

sube más octavas, para allí,

en tu cenit, posar la mirada

allende tuerce la mar fulgente

y luego, con un turgente vuelo,

en verdinegro valle posarte,

donde el granito abatido y mudo

protege estoico francos parajes,

haciendas de pétrea multitud,

desprecio de Neptúnica cólera.

¡Oh! ¡Limbo, sepárate de mí!,

y elegiré para siempre un Cielo

o aquel Infierno calcinador.

¡Dejad que esos eternales dioses

nos acojan con Marte y con Zeus!,

y que, de su batalla, el fragor,

hienda feroz mi noble sentido

y aterrorice mi frágil mente

y las hogueras crezcan y quemen

y que me aplasten y me desgarren

de áspero epílogo de agonía.

Que prefiero ver manar mi sangre

y, como otro río, desborde

recubierta de heroísmo y barro,

sintiendo el tañido de la Verde,

pero sabiendo todo el Tiempo

sin que mi mortal memoria olvide

apresurada en oscuras grietas,

perseguida por fríos puñales

que la mutilen y la desgarren,

haz que me escriban sobre la carne

esos ensueños intemporales.

 

 


Manolo Madrid

 

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