Mendigante
el “parasonis”, se nombra,
su rostro lo tapa tupida barba
y esconde sus ojos,
su gesto resignado
por que le mira la cámara,
la gente,
el periodista,
haciendo su trabajo,
el cuerpo del mendigo,
a veces en cuclillas
o en la acera tirado
y lo llevan en camilla,
entre burlas y entre sornas
del reportero, el sanitario,
de la gente cruzando a nuestro lado;
pero miro al hombre,
estoico, indiferente
bebiendo de una fuente,
de vaso la zapatilla,
de ropa más inclemente:
harapos y remiendos,
descosidos, desgarrados
y la puesta de sol
casi de un cielo estrellado,
gente que me llega
debajo de mi frente
y me da pena,
deambulando de por vida,
en las calles su condena,
en la tele, sin dinero,
actor de escena.
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