Carta a mi enamorada
Y me preguntas y prohíbes que yo piense en extinguirme,
que quiera irme y olvidar…que mis poemas me sirvan de mortaja
y me envuelvan como el pino de la caja
y las palabras y los verbos y el símbolo de sus metáforas
nieven entre gorriones y palomas que vuelan haciendo resonancia
entre lápidas y mármoles de letra tallada
y que caigan como la blanda tierra resonando en la tarde opaca
para dejar alisado el hueco de mi pampa.
Y que corran las brisas entre los susurros de hojas muertas y cipreses,
cual si fuesen rapsodas que en visitas más pausadas
y sin flores me hicieses,
quizá para recoger del huerto los versos,
frutos naciendo de ajadas plantas y otoñales meses.
Y entonces quedará escondida la mirada de mis ojos,
atentos a tu rostro,
a tu cara y a tus dedos, que pueden pasear libremente
bajo la tapa de aquella libreta, remendada
con tachones y colores de anilinas varias,
plumas de oro y hojalata,
bolígrafos roídos mientras pienso
las rimas que dejan latir mi pauta,
tinturas y tornasoles de varias marcas
escogidas entre tonos del negro al malva.
Y que los renglones desalineados
y las palabras reformadas
de ortografías y gramáticas revolucionarias
y tantas y tantas figuras inventadas,
anacolutos y anáforas y más herramientas
que adornan historias de poemas que esconden el alma,
no te acobarden para leerlos escondida bajo las sábanas
y la almohada,
quizás agachada en alguna madrugada
donde fuiste a mirar la Luna,
esa redonda tarta, esa cara curiosa y ambarina,
un poema redondo para rapsodas, que sale cada noche y te aguaita
asomada a tu ventana.
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