lunes, 25 de agosto de 2025

 

Carta a mi enamorada

 

Y me preguntas y prohíbes que yo piense en extinguirme,

que quiera irme y olvidar…

que mis poemas me sirvan de mortaja

y me envuelvan como el pino de la caja

y las palabras y los verbos y el símbolo de sus metáforas

nieven entre gorriones y palomas que vuelan haciendo resonancia

entre lápidas y mármoles de letra tallada

y que caigan como la blanda tierra resonando en la tarde opaca

para dejar alisado el hueco de mi pampa.

Y que corran las brisas entre los susurros de hojas muertas y cipreses,

cual si fuesen rapsodas que en visitas más pausadas

y sin flores me hicieses,

quizá para recoger del huerto los versos,

frutos naciendo de ajadas plantas y otoñales meses.

Y entonces quedará escondida la mirada de mis ojos,

atentos a tu rostro,

a tu cara y a tus dedos, que pueden pasear libremente

bajo la tapa de aquella libreta, remendada

con tachones y colores de anilinas varias,

plumas de oro y hojalata,

bolígrafos roídos mientras pienso

las rimas que dejan latir mi pauta,

tinturas y tornasoles de varias marcas

escogidas entre tonos del negro al malva.

Y que los renglones desalineados

y las palabras reformadas

de ortografías y gramáticas revolucionarias

y tantas y tantas figuras inventadas,

anacolutos y anáforas y más herramientas

que adornan historias de poemas que esconden el alma,

no te acobarden para leerlos escondida bajo las sábanas

y la almohada,

quizás agachada en alguna madrugada

donde fuiste a mirar la Luna,

esa redonda tarta, esa cara curiosa y ambarina,

un poema redondo para rapsodas, que sale cada noche y te aguaita

asomada a tu ventana.

 

Manolo Madrid

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