Perlas de olvidos
Y dejé que rodasen de mis ojos perlas de olvidos.
Mis pupilas, fijas en el techo, fueron bombillas,
lunas amarillas,
mecidas ingratitudes y repudios
que pintaron luces doradas de crepúsculo
entre matices y brillos,
que son acuarelas de suspiros,
de sollozos perdidos,
que no quisieron emular gotéeles,
ni poemas escritos.
Ni versos de dolores desdeñados
o nostalgias que se escribieron en noches largas,
un almendro echado sobre la cama,
el lecho del que se escapa el alma
en vuelos de flores blancas.
Mientras, tiembla la puerta
con el viento de mi pena forzando la chapa vieja,
torbellinos sin fuerza que se quedaron en nada,
rezando en espigas de madrugada.
Siseos de brisa que se escapa
huyendo contrita, para que el sol no le pille destapada
y deje el campo libre,
libre la mañana para que tórtolas vuelen
y aventen lástimas como se aventa la paja.
Y dejé que murieran de mis ojos los flecos negros
que torcían ese cielo para convertirlo en pampa,
donde galopasen zainas estrofas
con espuelas doradas,
besando las
hierbas altas, saltando mandados
hilos de agua escurridos en mi almohada,
silenciosos algodones forrados de Luna
entrando por mi ventana,
para romper los murmullos: arados labrando el alma.
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