Sueños oscuros
y tres miradas rojizas abrieron sobre mi cuerpo
de osario despellejado y buen corazón maltrecho.
A mi rostro llegó enseguida el viento que levantaban
las sierpes de su melena y el extremo del dragón
que con violencia agitaba, marcando así la cancela
del país que vigilaba con tres cabezas de perro
feroces como la guerra, que cincuenta parecían
vigilando el reino oscuro donde los muertos se guardan
y se esconden los titanes tras las portillas de fuego.
Y sobre el brillo del agua, flotando miré la barca
y la mano de Caronte, barquero que la guiaba,
rebuscando, antes que nada, bajo mi callada lengua
con dedos de fría escarcha, cierta moneda de plata
que nivelara su esfuerzo de atravesarme el lago,
que del castillo de Hades todavía me separaba.
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