De Santa María
mirando cielos
turbados y guaridas de cornejas,
sus lamentos las
campanas; de sus piedras trabajadas
con cincel de vieja
estampa, saltan, bullen en cascada,
como avecillas que
vuelan, sonidos que no se esconden,
primero canta la
grave, luego... replica la hermana.
Espaciadas en la tarde de una otoñada nublada,
cierzos rompiendo
las nubes y el sol dibujando rayas,
pasean acompasadas
por palomares y tejas,
por corredores y
plazas, por enredados casones
de blasonadas
fachadas, su reiterada sonata
que sacude los
cristales de mirillas y ventanas.
Y entre rastrojos y valles y veredas reviradas
escuchando en
lontananza los tordos y picarazas,
y, en las galeras,
los mozos que recogen remolacha
en los barros
farragosos de la tierra trabajada,
en silencio y
descubiertos, vuela primero la grave,
para que llegue más
tarde... fino acento de su hermana.
Así, pausadas, sin tregua, fraternas, vibrando el alma,
publican la mala
nueva curioseando las vegas,
las laderas de las
lomas, serpenteantes cañadas,
arroyos que
curiosean por debajo de las zarzas,
enredando en los
enebros y en agostadas retamas,
las duras notas de
bronce doblándose con el alma.
También escuchan dos
ojos desde empinada ventana,
rasgando en tantos
silencios sus mejillas arrugadas,
la mano con la
paloma, pañuelo de sus pestañas;
¡compañero de la
vida, qué vacía está la casa!,
sólo dejarás
silencio cuando acabe la tonada,
que en la sosegada
tarde Santa María reclama.
¿Y cómo será la espera que reproduzca la nana?,
¿cuándo pasarán los
días que me lleven a tu espalda?,
pensamientos que se
clavan en desconsoladas lágrimas,
y que en alargado
valle contempla el otro mañana
con la voz sumisa de
alguien que musite al compañero:
¡escucha, paisano
escucha, cómo arengan las campanas!
De Santa María doblan en triste tarde pausada,
primero... grita la
grave y luego... replica la hermana...
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