sábado, 10 de diciembre de 2011

Plegaria

Son duras ocasiones que te persiguen contumaces, donde tu horizonte se impregna de niebla y crees que ya nada sucederá, que ninguna ilusión llegará desde ningún universo y la ira y el dolor se mezclan para conseguir que desees el dolor antes que el limbo de la inconsciencia y clamas por los idus de la guerra y los carros de la sangre y prefieres que los clarines bramen en el valle para no tener que recoger la cosecha de la mies del olvido.


Plegaria

Efluvios de mística tristeza,
dejad que el brujo abra su canto
y vierta la danza de ritual
que aleje el bálsamo del olvido,
¡qué dé comienzo el Aquelarre!,
y no cicatricen las heridas,
pues, será mi empeño sentir
ardiente gestar la furia y rabia
a que la íntima noche, mengüe
la tersa luz, que de tempestad
inunda de tanta vida el valle.

Que indefectiblemente de muerte
resuenen afligidos los timbales
y que me deshagan los oídos,
pues todavía es peor el silencio
o aquel cuchicheo lastimero
o la ausencia omnipresente;
que quiero escuchar el fragor
de ciclópeas olas sin final,
desde aquel traicionero mar
con denso bramido impaciente
y plúmbeo movimiento vital.

Cededme la Vida o la Parca,
dejad mejor que sufra sin tregua,
porque la sola idea me espanta
de recitar ido y sin descanso,
ese escudriñar impaciente
o escuchar el nimio latido
de tanta azucena silvestre,
o languidecer entre los valles
y así olvidar cada noche,
para pernoctar de cada día
ese perdurar inconsciente.

Fulgor, aleteo, albo resplandor,
blanco ritmo en pájaro sutil,
sube tu octava, para allí,
en tu cenit, posar la mirada
allende tuerce el mar fulgente
y después, con turgente vuelo,
en verdinegro valle posarte
donde el granito opaco y mudo
estoico guarda francos parajes,
feudos de pétrea multitud,
desprecio de Neptúnica cólera.

¡Oh Limbo, aléjate de mí!
que elegiré siempre un Cielo
o aquel Infierno calcinador.
¡Dejad que los dioses eternales
nos envíen a Marte y Zeus!,
que de su batalla, el fragor
hienda feroz mi noble sentido
y aterrorice mi frágil mente,
que el fuego arda y me queme,
y que me aplaste y desgarre
áspero epílogo de agonía.

Que prefiero ver manar mi sangre
y que desborde como un río
envuelta en barro y heroísmo,
sentir de la verde su tañido,
pero conocer todo el tiempo,
sin que la memoria lo olvide
acuciada de oscuras grietas,
perseguida por duros puñales
que te mutilan y te desgarran,
que te escriben sobre la carne
ese dormitar irreverente.

¡Oh, Dolor!, de nuevo te invoco
en mi azabache sacrificio
donde te clamo y te maldigo,
pero envíame con premura
aquella horda de sombras negras,
henchidas de mortecinos cirios,
y que palpiten sus cantinelas
en el más aterrador crescendo,
hasta que mis tímpanos, atentos,
del agudo gemido se quiebren,
y de llanto se cieguen mis ojos.

¡Larvas del inquietante Averno!
desgarrad el incierto encanto,
trocad los delicados jazmines
en sulfúreas fragancias densas,
transformad en amargo acíbar
el licor del medroso olvido,
brotad el fuego de vuestras zarpas
y herid el silente camino
por donde atraviesan los años,
por donde discurrían las huellas
de escondidos latidos ruines.

¡Venid, escaramuzas y guerras,
y que la vida nazca ardiente!,
obligad a que el cruel Destino
el sendero de la vida quiebre,
para que sature de espinas
pasos que nos llevarán taimados,
sin saber, hipócritas, dormidos,
en demanda de la muerte fría;
¡haced que duela y atormente
el placer del impostor olvido
que ofrece el vino cada día!



Manolo Madrid ®
Del poemario “Palabras, sólo palabras”

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