jueves, 8 de diciembre de 2011

Malos tiempos

Quizá te haya llegado al alma, como a mí, alguna tarde del enero zamorano, con la calle de Santa Clara bullendo de gente, con prisas para comprar "navidades", para adquirir felicidad efímera, lloviznando, con viento cierzo y el trémolo del violín acercándose mientras yo me aproximo a las tiendas de luminarias más brillantes y más costosas. Pero mis ojos ya no miran escaparates y se quedan embebidos de la imagen temblorosa que mueve el arco de un viejo instrumento. El arpegio brotando como algo mágico, etéreo, naciendo de las baldosas brillantes del suelo empapado y volando con el viento helador que esquiva los cuellos de piel, los abrigos de buen paño, los guantes de lana, las gabardinas y los paraguas, pero implacable con la figura inmóvil, con el platillo de chapa colocado a sus pies... esperando la moneda que hará de trueque por una menguada cena y un jergón sin ventisca...



Malos tiempos


Malos tiempos…,
nos cantaba el violín,
con su tremolada voz
rebotando en fachadas
y corriendo en la calle,
persiguiendo a la gente,
detallando el lamento
de violinista sin suerte,
pregonando en el cierzo
del otoño inclemente,
alargando en la tarde
entre sus manos el frío
sin conseguir guarecerse
para expandir las notas
desde las cuerdas inertes,
por tremolar los arpegios
de un barniz deslucido,
con partitura inventada
de miseria y olvido.

Y en la esquina más dura
donde suspira más aire,
donde reflejos radiantes
de escaparates más ricos
embelesaban más gente,
late el bohemio de arte
tirita el genio de frío,
con su chaqueta raída
descubriendo aquel paño
que desfigura los parches,
disimulando las veces
que la prenda fue nueva,
abrigando al mendigo,
desfigurando los años
que sin olvido se pegan
a numerosas dobleces
de pantalones traídos,
de huaraches con suela
de agujeros henchidos.

Pero ninguno detiene
tan efímero camino,
sólo las luces y el brillo
de enorme abundancia,
de ofrecida fortuna,
engatusaron los ojos
de aquellos que discurren
tan felices de su vida,
sin descubrir la mirada
que ilustrada de hambre
entre armonías transita,
que se alegra sumisa
si la limosna modula
el torneado murmullo
al descender al platillo,
el que ayudará a la cena
del agradecido artista,
el de las notas que bullen,
y la chaqueta altruista.

Algo más tarde, la noche
se repinta en la rúa,
en los brillos de las plazas,
y los pájaros que anidan
al cobijo de las ramas,
y en un silencio que hiela
la muchedumbre se marcha
y se aquietan las luces.
Y el fulgor de las joyas
en los cristales se acaba,
ya no escucho las cuerdas
que poco antes trinaban,
sólo una sombra se encoge
en el portal de una casa,
¿quién será el que reza,
pero qué es lo que pasa?,
¿y no será que faltaron
en aquel plato monedas
para pagar una cama?

Manolo Madrid ®
Del poemario “Palabras, sólo palabras”

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