¡Hola, hermano!
¡Hola hermano!, le dije,
acariciando su cuerpo
con la palma de mi mano,
dejando pasar mis dedos
por las arrugas profundas
que le marcaron los años,
escuchando los susurros
que me contaban silencios
que nunca antes me contaron,
sintiendo los latidos
de su corazón de árbol,
que subía sin desmayo
el alimento de la tierra
hasta las hojas de lo alto.
¡Hola hermano!, me dijo,
murmurando muy despacio,
no te vayas de mi sayo
que cuando vengan los fríos
del invierno más helado,
podrás emplear mis brazos
y las hojas que me sobran
para calentar tu cuerpo
y en el verano candente,
al mediodía tan largo,
te regalaré la sombra
de mi frondosa espesura,
para que cubras tu carne
de los ardientes rayos.
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