viernes, 23 de mayo de 2025

 


Latidos anónimos

 

Aullidos de sirenas y espíritus danzarines

que sobrevuelan esquinas, peñascos ficticios

de ciclópeas colinas y fascinantes cimas.

 Campos de atronadoras y transparentes alarmas

rebotando imperceptibles, fragmentando el aire

de metrópoli inquieta, que se queja y se duele

y en cualquier hora inesperada de la noche llama

ululando y gritando con urgencia perturbada.

 Ojos de cristal que indagan en ventanas y en aceras,

oídos que nunca cierran, atentos y curiosos:

¿qué será lo que llevan los gritos y sirenas

que veloces demandan y reclaman preferencia?

 Motores, trajes de ruidos, brillos rojos que cierran

prohibiendo los senderos, ciertos caminos y pasos

con inquietante premura por donde saben vencer

nuestro desasosiego con ecos que se descuelgan

cayendo exiguos al suelo, pulsantes y agobiados

desde los ruidos más graves a chillidos afilados.

 Aves de duelo planean sobre cabezas,

desde alares de sombreros de gigantes de hormigón,

fachadas de ladrillos y párpados de cristal

que vigilan movimientos y sin pausa los dominan

trayendo y llevando tanta gente, ideas, vidas

que se mueven y escuchan las voces escondidas

que intensas pueden ser oídas y se hacen escuchar:

 ¡Dejadme sitio, sí!; ¡dejadme, dejadme pasar!

 ¿Todavía no sabéis mi prisa? ¡Retiraos sí; quitad!

 ¡Apartad de ahí peatones, ciudadanos, también coches

y palomas y pardales o vencejos de ciudad,

ancianos y mucamas solazando a sus infantes!

 ¡Apartad y quitaos todos, que me llaman y galopo!

 Soy el caballo con ruedas con un vestido de rojo

para apagar aquel fuego. Y un refulgente parpadeo

cuando doy el testimonio de que algún herido llevo

y expeditos los senderos requiero y con prisas corro

por poderlo conservar en este planeta de locos.

 Manolo Madrid

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