domingo, 11 de mayo de 2025

 

   Caminito

 

Camino del camposanto,

aquella trocha torcida

que discurre entre centenos,

que en primavera verdean

para alegrar el paseo

de las figuras tristes

que lloran con desconsuelo

a los que de noche quedan

vigilando los cipreses,

que se levantan ufanos

para marcar desde lejos

dónde descansan tranquilos,

bajo las pesadas losas,

aquellos que ya se fueron.

 

Vereda del cipresal,

esa que sale del pueblo

por los trigales de atrás,

escondida entre corrales

y lagares sin usar,

como si tuviese vergüenza

en publicar sus puñales;

aquella que en el invierno

de barros y charquetales

se anega con las lloviznas,

para hacerla más dolorosa

a aquellos que la transitan

detrás de la triste madera

que en la iglesia fue bendita.

 

Senderito del cementerio,

el que sube hasta el altozano

asediado del calor,

entre amarillentos campos

cuando ha llegado el verano,

vereda que se retuerce

para llegar a los muertos

de los pueblos castellanos,

¡cómo brillas en la noche

mientras cantan las chicharras!,

que con sus voces arrullan

a todos los que allá arriba

las escuchan olvidados,

entre lápidas y malvas.

 

Noviembre de los difuntos,

el día que se engalana

el paseo de los muertos

que a toda la gente llama,

para mostrar el atajo

que, en prematura mañana,

se llena de personajes

que lo recorren sin pausa,

¡aquí lujosas camisas,

allá collares de nácar!,

pero todos se juntaron

para olvidarles de nuevo

cuando cumplido el teatro

corran de vuelta a su casa.

 

   Manolo Madrid

 

 

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