Caminito
Camino del camposanto,
aquella trocha torcida
que discurre entre centenos,
que en primavera verdean
para alegrar el paseo
de las figuras tristes
que lloran con desconsuelo
a los que de noche quedan
vigilando los cipreses,
que se levantan ufanos
para marcar desde lejos
dónde descansan tranquilos,
bajo las pesadas losas,
aquellos que ya se fueron.
Vereda del cipresal,
esa que sale del pueblo
por los trigales de atrás,
escondida entre corrales
y lagares sin usar,
como si tuviese vergüenza
en publicar sus puñales;
aquella que en el invierno
de barros y charquetales
se anega con las lloviznas,
para hacerla más dolorosa
a aquellos que la transitan
detrás de la triste madera
que en la iglesia fue bendita.
Senderito del cementerio,
el que sube hasta el altozano
asediado del calor,
entre amarillentos campos
cuando ha llegado el verano,
vereda que se retuerce
para llegar a los muertos
de los pueblos castellanos,
¡cómo brillas en la noche
mientras cantan las chicharras!,
que con sus voces arrullan
a todos los que allá arriba
las escuchan olvidados,
entre lápidas y malvas.
Noviembre de los difuntos,
el día que se engalana
el paseo de los muertos
que a toda la gente llama,
para mostrar el atajo
que, en prematura mañana,
se llena de personajes
que lo recorren sin pausa,
¡aquí lujosas camisas,
allá collares de nácar!,
pero todos se juntaron
para olvidarles de nuevo
cuando cumplido el teatro
corran de vuelta a su casa.
Manolo Madrid
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