El mendigo
limitada a pie de boca, como una orilla cerrada,
una línea impenetrable, la frontera requebrada,
como alambrera de espinos en pavimento de nadie.
pabilo titubeando, resplandor sin mucha vida,
agrietada y taciturna, de secretas conmociones,
acero en brillo emergido brotando de sus pestañas
en las breves ocasiones en que su rostro subía
alzándolo y contemplando la mirada que le mira.
para recortar el viento, para resguardar su estima,
cierta que fue acometida por algunas asechanzas,
y un resplandor entrecano de barba que le cubría
para mantener ocultas escondidas intenciones
y silenciar inasibles algunas rotas razones.
de indefinido marchamo y tirantes bien apretados
para no descubrir nada de miseria ni de harapos,
apiñadas reflexiones ahondando tan profundo,
que se disimulan dentro; casi siendo pasaporte
para vivirlas de día y arrastrarlas por la noche.
a sus pies avecinadas para no perderse atrás
en imprecisas mudanzas propiciadas por el frío
y el aire del esquinazo, que jamás descansaría
desmenuzando su mano, un cosmopolita emblema,
que permanece extendida en bolsillo de extrarradio,
subrayando eternamente la cantinela importuna
que ha germinado enredada y escueta, rota en escarcha,
en la voz de otro mendigo, rico que no tiene nada,
efigie cicatrizada para poner en tu casa.
Manolo Madrid
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio