domingo, 11 de mayo de 2025

 

   El mendigo

Tenía mirada aviesa, la pregunta sigilosa

limitada a pie de boca, como una orilla cerrada,

una línea impenetrable, la frontera requebrada,

como alambrera de espinos en pavimento de nadie.

 Eran sus ojos hundidos, de color en luz de vela,

pabilo titubeando, resplandor sin mucha vida,

agrietada y taciturna, de secretas conmociones,

acero en brillo emergido brotando de sus pestañas

en las breves ocasiones en que su rostro subía

alzándolo y contemplando la mirada que le mira.

 Era cimitarra fría con filo de madrugada,

para recortar el viento, para resguardar su estima,

cierta que fue acometida por algunas asechanzas,

y un resplandor entrecano de barba que le cubría

para mantener ocultas escondidas intenciones

y silenciar inasibles algunas rotas razones.

 Y el patrimonio menguado, prisionero en las alforjas

de indefinido marchamo y tirantes bien apretados

para no descubrir nada de miseria ni de harapos,

apiñadas reflexiones ahondando tan profundo,

que se disimulan dentro; casi siendo pasaporte

para vivirlas de día y arrastrarlas por la noche.

 De plástico su equipaje, con las mantas anudadas

a sus pies avecinadas para no perderse atrás

en imprecisas mudanzas propiciadas por el frío

y el aire del esquinazo, que jamás descansaría

desmenuzando su mano, un cosmopolita emblema,

que permanece extendida en bolsillo de extrarradio,

subrayando eternamente la cantinela importuna

que ha germinado enredada y escueta, rota en escarcha,

en la voz de otro mendigo, rico que no tiene nada,

efigie cicatrizada para poner en tu casa.

   

  Manolo Madrid

 

 

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio