Ya no pasa el tren
los he visto desde el puente
con mis ideas temblando,
con mis recuerdos más viejos,
apretados y tristes
bajo la mañana fría, con
viento de primavera
dando curvos torbellinos
sobre la vieja madera
y traviesas olvidadas, donde
se celan tranquilos
dos ratoncillos pardos y unos
topos que escaparon
del veneno que vertieron en
las hierbas de los prados.
¿A
qué hora llega el expreso?, preguntó la oveja negra
a sus compañeras blancas,
hacinadas sin prisas,
triscando entre los carriles
pastos que asoman retesos,
hojas de hierba resecas, con
el verdor olvidado,
sin pensar que alguna rueda
los cortase cuando crecen
y se empinaban sobrados, para
fisgar los andenes,
y ver señales de chapa que
apuntan con sus brazos
la circulación parada de
aquel tiempo ya pasado.
Se
oxidaron las agujas y apagaron las bombillas
que a semáforos daban vida,
parece que murió el tren
dejando en silencio el campo,
que en otrora madrugaba,
cuando silbaba tan fuerte
vetusta locomotora
que en el sendero bufaba,
corriendo con diligencia
por saludar al paisaje y
despertar la mañana,
muerta la tarde a la vuelta y
los festivos a las cuatro,
para alegrar la comida de
algunos buenos cristianos.
Manolo Madrid
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