Poeta del aire
Poemario “Rumores del Duero”
donde vuelan las campanas
para que despierte el Duero,
levanta porte el castillo
erguido sobre las aguas
que verdean en la tarde,
reflejando las cigüeñas
que regresan a sus nidos
caminando con sus alas
sobre caminos de aíre.
En las almenas, sentado,
al contraluz de la torre
y al frescor de los jardines,
el poeta escribe versos
con la tinta de su sangre,
sobre amarillentas hojas
del otoño que llegó antes,
contando de tantas flores
sus aromas, sus amores
y el color de sus ropajes.
Después de acabar el día
y otros tantos que vinieron,
mirando llegar las nubes
que despiertan el invierno,
viendo desnudas las ramas
que del Sol le protegieron,
las palabras que nacieron
se quedaron en la tierra,
empapadas de la lluvia
que la sangre diluyeron.
¡Habla,
poeta sin versos!,
dijo la Luna en el cielo
saliendo tras de la nube
que hubo mojado el poema
caído al húmedo suelo,
¿qué harás a partir de ahora
para escribir esas rimas
que cuentan de tantas flores
los colores que tenían
y sus congojas de amores?
¡Dime, poeta del tiempo!,
trinó volando una alondra
que ya llegaba muy tarde
para escapar de los fríos
que venían con el cierzo,
¿cómo dirás a los niños
esas frases y las trovas
para que aprendan despacio
las verdades que se esconden
en canciones y sonetos?
Pero el poeta del parque,
pintando flores de barro,
levantó tardo los ojos
para indagar en el cielo
y gritó viendo hacia el valle:
¡ya enseñaré a los pardales
las palabras de mis labios,
para que vuelen muy lejos
y las reciten con trinos
desde plazuelas y calles!
Manolo Madrid



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