Desde aquí
Desde aquí, Satán,
desde mis versos te interpelo,
no como juez para calificar tus actos,
no como soberano que deseare reputar
nubes acaecidas de tus manos,
de tus ojos,
ni siquiera deseo criticar
tropelías cumplidas con humanos,
autócratas mermados
y poseídos de ególatras ideas,
nacidas en historias guerreras
y deseos de bocas acaparadoras;
¡no, Satanás! ¡No es así!, satánico poder…
de los miles de nombres:
Leviatán, Belcebú...
y demonio, Satán, diablo, Lucifer, Luzbel,
demoníaco ser,
gran macho cabrío y cabrón,
ángel perdido y arcángel vencido de tu Dios;
y otros colegas más que en tu castillo vuelan,
que son rebeldes y negros cuervos de locas ideas
mancilladas en almas descarriadas, perdidos
ángeles de siniestros hombros, íncubos guías
y súcubos nefandos, promotores de orejas
izquierdas, de aromas azufrados
y crispados sonidos.
Tú, canalla, empujador taimado de pasos torpes,
y mentor de senderos raros y equivocados.
Y desde aquí, Belcebú, desde mis versos
quiero saber de tu pasado,
de qué cielo hubiste llegado,
de dónde fuiste despachado,
vencido y despedido volando.
Quiero saber la senda que te marcaron,
que tinta para impregnar el tatuaje eterno
de indefinido marchamo,
de indeleble número,
aquel que marca tu vestido…
tres seises definidos, huecos y fementidos.
Deseo saber dónde está el cielo que te dijo:
¡vete, Satán, a la eterna sombra,
a la infinita tiniebla!,
que así tendré ubicado ese extenso paraíso
que injustos me negaron,
sin fundamento ni tesis
y conoceré la ruta que me lleve
y me dé
un destino brindado a quienes fueron austeros
y a los justos
que no fueron con preceptos y leyes.
Que, a ti, te sancionaron de pretender ser Dios
y dominar el mundo en trono de vanidad,
por reinar en sitial junto al postizo profeta,
en posesión de todo bajo la gematría
de su nombre, del número temido en la diestra
sin que yo concurriese,
sin que yo participase en ofensa ni en ultraje.
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