Armagedón
No cerréis vuestros ojos al Oriente
cuando tropas serenas formen filasen el plano, mirando las turbinas
en el Megido valle, aún oscuro,
y esgrima Josafat su bruna espada,
el brazo iniciático del cruel
Armagedón, profético combate
caído de la bíblica enseñanza.
Y serenas, con viento en rostros tersos,
las miles de centurias batirán
escudos con espadas atronando
las colinas en ecos angustiosos
mientras rugen motores. Y las levas
subirán las escalas atestando
sentinas de navíos con destinos
a lizas estelares decisivas.
No son citas cabales, citas justas,
ni se unirán ejércitos ilustres,
no veréis distintivos, ni galones,
no encontraréis botones acerados,
no serán uniformes con bordados
e insignias de
esforzados mandos, jefes
de cuadrigas o carros de combate
erigidos de casco y pies de asalto.
Pensad en el silencio. Prematuro
éxodo, en autómatas y títeres
mecánicos, en leznas de luz blanca
y taladros de rayos, bolas huecas
con tóxicas bacterias, virulentos
gérmenes que volasen con el viento
para sembrar la muerte y agujeros
donde mane oleosa vuestra sangre.
Y el rugir subirá las naves negras
ocultando horizontes de nitrógeno,
ensuciando el azul celeste, el mar
y la Luna asustada ocultarán
su talante pacífico sin ver
símbolos, ni divisas de otros dioses
girando otras coronas de foráneos
conquistadores, Aliens implacables.
El espacio será plasma de luz
y energía de hidrógeno en fusión,
se desvanecerán, por miles, almas
de gentiles y esclavos y sumisos
resignados y siervos humillados
en la gleba, forzados a rebenque
por labranzas, avances del destino
de un mundo equivocado y sin razón.


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