Yo, no tengo nada
(De mi poemario “Colmando las alforjas”)
Yo no tengo nada,
muy cerca de casa.
Y a veces por las tardes,
en un banco tranquilo,
saludo horas que pasan.
Descubrí nuevamente
las hormigas que corren
y observé las hileras
para ver dónde esconden.
Luego extiendo la mano
y me besan semillas
con los labios de acacias,
volanderas me rozan
precursoras de cartas
y bolitas de seda
en mis dedos se atascan.
Admiraba las nubes,
son vapores que vuelan
en perfiles discordes,
con los hilos de gasa
que recosen y zurcen
muchos trozos azules
de aquel cielo que flota
y que esconde a la Luna
que apenada se nota.
Pero ya saldrá luego
y vestirá sus ropas
de centella pajiza
y leonada corona.
También cuento pinazas
de color ambarino
que alfombraron el suelo
donde agachadas iban
más hileras de hormigas
de cabeza más blanca.
Y de pronto, en la tarde,
da comienzo el concierto,
de gorriones cantores
que tocaban la flauta.
Se elevaron ligeros
por llegar a las ramas
y desde allí acallaron
los silencios del río
que tan cerca brillaba
navegando su agua.
Se me cansan las piernas
y las llevo tranquilo
sobre hierba muy larga,
esquivando las flores
que me ofrecen señas
con sonrisas de malva
y las más amarillas
cimbrearon su talle
con el aire que rasa.
Y caminé otro largo
en senderos de grava
atajando la curva
que me lleva a la orilla
que susurra y que canta.
Allá saltan los peces,
allí croan las ranas
y bullían insectos
emergiendo crisálidas.
Y yo no tengo nada,
pero cruzo mi puente
por llegar a la isla
que navegaba en ondas
y en los reflejos verdes
de ese Duero que manda.
Acaricio despacio
alargadas barandas
y en el río verdoso
aparece mi cara,
la que allí me aguardaba,
y encontré en tal espejo
a mi cabeza cana.
Aún miré los pejes
de mil colores rojos,
de mil aletas pardas,
pero aquellos miraron
como si ya supiesen
que yo sería el dueño
de no poseer nada.
Por eso yo acaricio
esas ramas verbenas
y moradas lavandas,
luego huelo mis dedos
porque me han regalado
sus aromas sutiles,
los olores de espliego
que en mi bolso se agachan
al guardarme las manos,
para olvidar quimeras
y recordarlas luego,
al llegar a mi cama.
Atravieso despacio
aquella isla callada,
y me acerco al ribazo
y muy poco después
disimulo mis pasos
entre frondas crecidas
que acarician mi ropa
y me dejan botones
de semillas que viajan
para poblar la tierra
donde no había tepe,
ni rotura, ni mate,
donde el césped no crece.
Luego subo una cuesta
y me bajo a la orilla
y consentido meto
mis dedos en savia,
es la vida que corre
para llegar al alba
a jardines sedientos
que esperaban pausados
mis noticias lejanas.
Y no preciso nada,
porque tengo el sendero
y poseo las ramas
y disfruto la hierba
que también me regala
y me da todo aquello
que la memoria guarda.
Y yo no tengo nada,
pero vengo a las tardes
a mi banco de sombra,
bajo hojuelas tupidas
de un olivo que baila,
un olivo que alegre
zarandea sus brazos
y sacude las manos
saludando al suspiro
que revoltoso danza.
Pero yo…,
yo no tengo nada.
¿Verdad, pajarillo,
tú que me cantas?
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