miércoles, 6 de agosto de 2025

 

Yo, no tengo nada

(De mi poemario “Colmando las alforjas”)

 

       Yo no tengo nada,

       pero tengo un parque

       muy cerca de casa.

Y a veces por las tardes,

en un banco tranquilo,

saludo horas que pasan.

Descubrí nuevamente

las hormigas que corren

y observé las hileras

para ver dónde esconden.

Luego extiendo la mano

y me besan semillas

con los labios de acacias,

volanderas me rozan

precursoras de cartas

y bolitas de seda

en mis dedos se atascan.

Admiraba las nubes,

son vapores que vuelan

en perfiles discordes,

con los hilos de gasa

que recosen y zurcen

muchos trozos azules

de aquel cielo que flota

y que esconde a la Luna

que apenada se nota.

Pero ya saldrá luego

y vestirá sus ropas

de centella pajiza

y leonada corona.

También cuento pinazas

de color ambarino

que alfombraron el suelo

donde agachadas iban

más hileras de hormigas

de cabeza más blanca.

Y de pronto, en la tarde,

da comienzo el concierto,

de gorriones cantores

que tocaban la flauta.

Se elevaron ligeros

por llegar a las ramas

y desde allí acallaron

los silencios del río

que tan cerca brillaba

navegando su agua.

Se me cansan las piernas

y las llevo tranquilo

sobre hierba muy larga,

esquivando las flores

que me ofrecen señas

con sonrisas de malva

y las más amarillas

cimbrearon su talle

con el aire que rasa.

Y caminé otro largo

en senderos de grava

atajando la curva

que me lleva a la orilla

que susurra y que canta.

Allá saltan los peces,

allí croan las ranas

y bullían insectos

emergiendo crisálidas.

Y yo no tengo nada,

pero cruzo mi puente

por llegar a la isla

que navegaba en ondas

y en los reflejos verdes

de ese Duero que manda.

Acaricio despacio

alargadas barandas

y en el río verdoso

aparece mi cara,

la que allí me aguardaba,

y encontré en tal espejo

a mi cabeza cana.

Aún miré los pejes

de mil colores rojos,

de mil aletas pardas,

pero aquellos miraron

como si ya supiesen

que yo sería el dueño

de no poseer nada.

Por eso yo acaricio

esas ramas verbenas

y moradas lavandas,

luego huelo mis dedos

porque me han regalado

sus aromas sutiles,

los olores de espliego

que en mi bolso se agachan

al guardarme las manos,

para olvidar quimeras

y recordarlas luego,

al llegar a mi cama.

Atravieso despacio

aquella isla callada,

y me acerco al ribazo

y muy poco después

disimulo mis pasos

entre frondas crecidas

que acarician mi ropa

y me dejan botones

de semillas que viajan

para poblar la tierra

donde no había tepe,

ni rotura, ni mate,

donde el césped no crece.

Luego subo una cuesta

y me bajo a la orilla

y consentido meto

mis dedos en savia,

es la vida que corre

para llegar al alba

a jardines sedientos

que esperaban pausados

mis noticias lejanas.

Y no preciso nada,

porque tengo el sendero

y poseo las ramas

y disfruto la hierba

que también me regala

y me da todo aquello

que la memoria guarda.

Y yo no tengo nada,

pero vengo a las tardes

a mi banco de sombra,

bajo hojuelas tupidas

de un olivo que baila,

un olivo que alegre

zarandea sus brazos

y sacude las manos

saludando al suspiro

que revoltoso danza.

Pero yo…,

yo no tengo nada.

¿Verdad, pajarillo,

tú que me cantas?

 

Manolo Madrid

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