A la muerte de un poema
Y dejo que caigan semillas de tristeza desde mis dedos,
porque me atrapan las blancas hojas
como si fuesen un cielo para mi vuelo.
Y deseo que la lluvia y el granizo
y el remolino de la harina,de las ideas que han rodado bajo la muela,
grano y cascarilla
que tamizan el suelo y descubren pisadas
y me fueron sujetando en el molino,
dibujen poemas en pámpanas níveas
de semillero,
como un regalo de albricias sujetas con alfileres,
un día festivo,
cualquier domingo de invierno
con tardes soleadas de costurero.
Y serán tristes los panes que no coma nadie,
serán perdidas palabras
en tardes lentas y pausadas,
donde el sol llega oblicuo a las cretonas
de la sala,
donde tímidos cantos saltan
de un agitado jilguero
y se han quedado mustias
las hortensias azuladas del florero.
Aún huelen transparentes aromas
de intimidad nacida
en brasas de un brasero.
¿De quién será la mano
que levante el libro
que se ha caído al suelo?
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